Personas que te machacan, te
cortan las alas, te humillan, te menosprecian y te ahogan bajo el manto de la
infelicidad. Personas tóxicas.
Los breves instantes de felicidad
que logras arrebatarle a la vida se apagan rápidamente como la frágil llama de
una vela sometida a un vendaval. La sonrisa se te vuelve agria en la cara y
empiezas a notar cómo se te forma un nudo en la garganta que te dificulta la
respiración. Tus músculos se contraen involuntariamente, adoptas una postura
tensa; te sientes mal. Tu pecho tiembla bajo la presión de todos los
sentimientos negativos que amenazan con destruirte. Rabia. Impotencia. Tristeza.
Frustración. Culpa. Solitud. Desesperación. Como un veneno que se extiende por
tus venas.
Las palabras son como puñales afilados
que se te clavan dentro, de la forma más imperceptible. Nadie nota tu dolor. O no
les importa. O les provoca dicha. Sí, se alimentan de tu dolor. Pueden verlo en
tus ojos. Disfrutan.
Los pensamientos se arremolinan
en tu cabeza y tienes ganas de gritar. ¡DEJADME EN PAZ! ¡ES MI VIDA! ¡CALLAOS!
Pero las voces siguen. Y siguen. Y siguen. Hasta que ya no las oyes. Pero tu
malestar no desaparece. Cada vez te sientes peor y lo único que quieres es
escapar. Volar a otro lugar. Perderte en algún lugar donde nadie te conozca. Sin
mirar atrás.