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Así pues… ¿te gusta? – preguntó él.
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Supongo que sí – dijo Lara con una vocecilla apenas
audible.
Ella bajó la mirada por miedo a que sus ojos confesaran todo
lo que no se atrevía a decir. ¿Qué si le gustaba? No, qué va. Tan solo anhelaba
su compañía más que a la luz del sol. Tan solo le encantaba perderse en la
profundidad azul de su mirada. Tan solo se moría de ganas de probar la suavidad
que prometían sus labios. Por no hablar de los escalofríos que le recorrían
todo el cuerpo cuando le sonreía con complicidad, mirándola a los ojos. O de
cómo se le aceleraba el pulso cuando notaba esos dolorosos centímetros que le
impedían rozar su piel. O todas las veces que había soñado despierta
preguntándose cómo sería dormir entre sus brazos, notando la calidez de sus
latidos.
Su amigo le alzó la barbilla delicadamente para leer la
expresión de su rostro y la miró con cara preocupada. Lara exhaló tratando de
acallar a su alma confundida, pero todos esos sentimientos murieron en el filo
de sus labios ante la perspectiva del abismo que se extendía más allá de su
corazón.